Conan oculto
A Robert E. Howard se le considera unánimemente como el padre de la moderna fantasía heroica. L. Sprague de Camp sitúa al autor tejano como parte de un linaje que comienza a finales del siglo XIX, con William Morris, continúa a principios del siglo XX, con Lord Dunsany y Eric R. Eddison, y eclosiona unas décadas después con la aparición de revistas de género fantástico como Weird Tales o Unknown Worlds.1
En los años sesenta, a raíz de una discusión entre Michael Moorcock y Fritz Leiber en las páginas del fanzine Amra, se propuso una nueva categoría para acoger las ficciones que Howard escribió para Weird Tales, especialmente aquellas protagonizadas por Conan. Tanto Moorcock como Leiber coincidían al considerar este tipo de ficciones sustancialmente distintas a todo lo escrito anteriormente en el género de fantasía. El primero propuso la denominación fantasía épica, mientras que el segundo contestó en otro fanzine, Ancalagog, que consideraba más apropiada la denominación “espada y brujería como frase pegadiza para el campo” al que se refería Moorcock.2 Unos meses después, Leiber argumentó su propuesta con mayor precisión: “Estoy más seguro que nunca de que este campo debería ser llamado espada y brujería. Esto describe adecuadamente los aspectos del nivel cultural y el elemento sobrenatural e inmediatamente también lo distingue de la capa y espada (aventura histórica)… ¡y (bastante a propósito) también de la capa y daga (espionaje internacional)!”3.
La relevancia de esta discusión sobre la precisión genérica dentro de la propia literatura de género estriba en el papel otorgado a Robert E. Howard por aquellos que se han enfrentado a su legado literario. Hoy se emplean por igual la denominación a la que se refería L. Sprague de Camp y aquella otra discutida por Moorcock y Leiber. Sin embargo, esta última propuesta de Leiber, incitada por Moorcock, desvela el carácter original y central que estos autores otorgaban al padre de Solomon Kane, Kull, Conan y, de paso, de toda una nueva forma de concebir la fantasía.
Lamentablemente, en muchas ocasiones, el fuego amigo ha provocado más bajas en las filas de la literatura de género que los críticos que supuestamente la desprecian. Sobre la fantasía heroica en general y en referencia a los relatos de Conan escritos por Howard en particular, L. Sprague de Camp escribe: “Es una literatura de evasión que nos permite alejarnos del mundo real y adentrarnos en un mundo en el que todos los hombres son fuertes, todas las mujeres son hermosas, la vida es siempre una aventura, los problemas son siempre sencillos y nadie menciona el impuesto sobre la renta, el problema de los marginados ni la seguridad social”4.
Este juicio de L. Sprague de Camp nos dice mucho más sobre su propio acercamiento al género (como lector primero, pero también como autor) que sobre el valor de la literatura de género o la específicamente howardiana. L. Sprague de Camp emplea una opinión expresada por el propio Howard sobre los personajes que protagonizaban sus ficciones para apoyar su afirmación: “Son seres elementales. Cuando los metes en un lío, nadie espera que te devanes los sesos inventando modos sutiles y maneras ingeniosas para hacerles salir del atolladero. Son demasiado estúpidos para hacer otra cosa que cortar, golpear o arrastrarse hasta quedar libres”5.
Fuera de contexto, parece una afirmación clara de la frivolidad asociada habitualmente al género. Si atendemos al mérito estricto de la obra que comenta, sin embargo, Solomon Kane, Bran Mak Morn, Kull de Atlantis o el mismo Conan no responden de ningún modo a la descripción de los brutos sin cerebro a que se refería el propio Howard. Ninguno de ellos es tan estúpido como afirma Howard, porque él mismo no lo era. Aunque sí, tal vez, muchos entre la legión de sus innumerables lectores y, desde luego, algunos de los que se han acercado a su obra con intenciones espurias: “Mi tarea ha consistido en preparar para su publicación la mayor parte de estos relatos, completando los que estaban sin terminar. También he escrito, en colaboración con mis colegas Lin Carter y Björn Nyberg, varios pastiches basados en algunas pistas que encontramos en las notas y cartas de Howard, a fin de llenar las lagunas existentes en el legendario relato”6. Personalmente, considero estas palabras como la confesión de un crimen imperdonable cometido por L. Sprague de Camp, Lin Carter, Björn Nyberg, Andrew J. Offutt, Poul Anderson…, y otros muchos escritores que pervirtieron el ciclo de Conan ampliando su contenido desde las veintiuna historias originales hasta casi el centenar del que se compone ahora, sumando a las de Howard los pastiches y otras manipulaciones de diverso pelaje.
Estoy de acuerdo con Javier Martínez Lalanda cuando afirma: “Está universalmente aceptado que la obra de cualquier persona expresa, revela, delata, su mundo interno. Es una manifestación creadora, una necesidad de afirmación, o, en la mayoría de los casos, de reafirmación. Por eso mismo puede entrar en resonancia con las necesidades de aquel que la contempla. Y si el mundo que este ansía es aquel que el escritor quiso plasmar, su éxito estará asegurado”7.
La afirmación es lo suficientemente general como para no resultar polémica, pero en este punto me parece una clara referencia a la forma en que la visión del legado howardiano como mera literatura de consumo responde antes a las limitaciones propias de sus lectores que a sus intenciones o capacidades como escritor.
Conan, el que ha sido acusado de ser un simple bruto y señalado como el más sencillo de todos los personajes howardianos, refleja las tensiones internas de su creador y su visión sobre el mundo en el que vivía con una precisión y sensibilidad sobresalientes, sin renunciar por ello a reflejar también las tensiones del hombre contemporáneo en la sociedad norteamericana previa a la Segunda Guerra Mundial.
Curiosamente, gracias al renovado interés en la literatura de fantasía que el éxito de El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien,8 provocó, serían los lectores de las nuevas sociedades que emergieron de la Segunda Guerra Mundial los que recuperasen de nuevo las ficciones de Robert E. Howard. Si algo puede exculpar a los autores de los pastiches, con L. Sprague de Camp a la cabeza, es sin duda el peso que sus aportaciones, a pesar de su mediocridad, tuvieron en la popularización del personaje.
A pesar de este mérito evidente que podemos concederle, más bien de una forma tangencial, a esta perversión9 en forma de ordenación cronológica interna, censuras, reescrituras, abreviaciones, ampliaciones, titulaciones y demás despropósitos, los mejores lectores de Howard, aquellos que más hicieron por el legado del autor y muy especialmente por el espíritu del ciclo original protagonizado por Conan, no son estos fanáticos que se lo apropiaron sin detenerse siquiera a comprenderlo. Los mejores lectores son aquellos autores que crearon sus propios universos y que reflejaron en sus obras originales un gran conocimiento de la letra original y un profundo respeto por el espíritu primero, como los ya citados Fritz Leiber (especialmente en su saga de Fafhrd y el Ratonero Gris) o Michael Moorcock (cuyo concepto de Campeón Eterno tanto debe a la fantasía howardiana).
En el entorno anglosajón, dejando a un lado las ediciones originales de la revista Weird Tales en que aparecieron por primera vez y algunos volúmenes recopilatorios de obras de distintos géneros como Skull-Face and Others, editado por August Derleth para Arkham House en 1946, la primera recopilación sistemática de los relatos howardianos dedicados al ciclo de Conan fue la serie publicada en tapa dura por Gnome Press entre 1950 y 1957 (siete volúmenes, incluyendo una novela de Bjön Nyberg y una colección de relatos reescritos por Sprague de Camp).
Poco después, se publicaría la serie completa de los relatos protagonizados por el bárbaro cimerio hasta la fecha, ya fueran estos escritos por Howard o bien por otros autores. Esta edición en tapa blanda, publicada entre 1966 y 1977 (doce volúmenes) primero por Lancer, hasta su extinción, y luego continuada por Ace Books, es la mayor responsable de la popularización definitiva del personaje.10 Le sucederían aún más ediciones intervenidas como las de Bantam, entre 1978 y 1982 (siete volúmenes) o la delirante propuesta de Tor, que entre 1984 y 2003 publicó varias series (en decenas de volúmenes) con nuevas historias de Conan escritas por diferentes autores (Robert Jordan, John M. Roberts, Harry Turtledove…), así como reediciones de otros pastiches anteriores.
En medio de tal derroche de creatividad y colaboraciones póstumas con Robert E. Howard (!), encontramos una sola isla de sensatez durante estos años en la serie editada por Karl Edward Wagner, muy crítico con el trabajo de L. Sprague de Camp y compañía, para Berkley Editions en 1977, cuyo esfuerzo, aun siendo notable, resultó insuficiente para resistir al oleaje de ediciones y reediciones baratas de las series intervenidas.
Por suerte, la sucesión de generaciones de lectores vino asociada también a un aumento del interés genuino por comprender las implicaciones de la literatura de fantasía más allá de sus supuestos valores de entretenimiento evasivo.11
Conan revelado
Incluso si dejamos aparte esta última aspiración, creciente en los últimos tiempos, es digno de celebración el aumento de lectores exigentes que se han aproximado a la obra de Howard con respeto y admiración por iguales, sobre todo cuando esta aproximación ha tomado la forma de reediciones desembarazadas del lastre de las ediciones más populares controladas por la mano firme de L. Sprague de Camp o presentadas por editores inconscientes.
La edición de Wandering Star Press del ciclo de Conan escrito por Robert E. Howard,12 que recopila además otro material relacionado (desde primeros borradores hasta sinopsis o mapas), sería la primera en presentar el material original en el orden en que fue concebido y expurgado de todas las intervenciones (censuras, correcciones, añadidos, cambios, etc.), casi setenta años después de la publicación en Weird Tales de la última historia del bárbaro cimerio. Por tanto, al magnífico trabajo realizado por el editor de los volúmenes, Patrice Louinet, tras una exhaustiva investigación sobre el legado del tejano, hemos de concederle el impagable mérito de haber presentado al lector, por primera vez,13 las historias de Conan tal y como su creador las concibió.
La historia editorial del ciclo de Conan ha sido tan compleja como aquí se ha apuntado y aún más, pues he obviado deliberadamente no solo un buen montón de ediciones de los relatos, sino la virtualmente infinita variedad de formas que la franquicia ha conocido en diversos medios más allá de la literatura.
Sí me permito ahora sumar al panorama descrito para la lengua original en que el ciclo fue concebido nuestra propia y vergonzosa historia editorial en relación al personaje. En España, la primera edición sistemática de los relatos de Conan fue realizada por Bruguera bajo el título común de “Colección Conan” (11 volúmenes), serie traducida por Fernando Corripio y Jaime Piñeiro, que muchos consideran, de paso, la introducción en nuestro país del género de espada y brujería. Las portadas de esta colección reproducen las de la edición de Ace/Lancer, obra en su mayoría de Frazetta, como ya se ha apuntado, una auténtica delicia. El interior, lamentablemente, también proviene de dicha edición, conformada por los textos manipulados de L. Sprague de Camp.
Habría que esperar diez años para encontrar una nueva propuesta editorial, esta vez a cargo de la Editorial Forum (Colección Grandes Aventuras), que entre 1983 y 1984 publicó los doce volúmenes de su serie traducidos por Beatriz Oberländer. En principio, esta edición debería haberse aprovechado de la popularidad del personaje renovada gracias a la adaptación cinematográfica de John Milius (Conan el bárbaro, 1982), pero su recepción, para decirlo amablemente, fue desigual.
Aun así, Martínez Roca (Colección Fantasy) tomó el testigo de esta última serie para reeditarla y ampliarla entre 1995 y 1998 (veinticuatro volúmenes), con las antiguas traducciones de Oberländer y las nuevas de Joan Josep Musarra. De nuevo, el interior reproducía las ediciones de L. Sprague de Camp y compañía. Al igual que ocurriese con la mencionada edición de Bruguera, lo más destacable de esta nueva serie son las espectaculares portadas, obra, en este caso, de Ken Kelly.
El tiempo da la razón a los justos y la paciencia es la más valiosa de las virtudes. Como era de esperar, dada la atención recibida por el personaje entre nosotros, el exhaustivo trabajo realizado por Patrice Louinet para la edición de Wandering Star y su enorme esfuerzo por fijar por primera vez y definitivamente el canon howardiano bajo criterios rigurosos pronto encontraría acomodo en nuestra lengua. Cuando Timun Mas anunció la publicación del primer volumen de la serie bajo los mismos criterios que habían guiado la edición de Wandering Star/Del Rey, los fieles seguidores del bárbaro cimerio anticiparon un gran acontecimiento.
En 2004 vio la luz el primero de los volúmenes editados por Timun Mas en tapa dura, con sobrecubierta y dentro de un cofre. Aparentemente se trataba de una traducción cuyo formato estaba a la altura de la serie original recuperada por Wandering Star. Javier Martín Lalanda, sin embargo, lo explicó de otro modo: “Conociendo la calidad de la edición original británica, repetida en la facsimilar en blanco y negro reeditada después en el formato trade paperback por Del Rey Books, quienes conocíamos de antemano tan grato evento, nos frotamos, en su momento, las manos de placer, a la espera de que, henchidos de temor reverencial, pudiéramos acariciar dicho volumen con manos temblorosas. Cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar que la traducción de los relatos contenidos en él no había sido efectuada ex profeso a partir de los textos made in Howard recopilados celosamente por Louinet, y que eran solo la que antaño presentaran Ediciones Forum primero y Martínez Roca después, en sus correspondientes traducciones del ciclo retocado por Lyon Sprague de Camp y publicado por las editoriales estadounidenses Lancer y Ace Books”14.
Como también señala Lalanda más adelante en su artículo, “dicho proceder no solo supone un desprecio al lector (y a su ilusión, mudada, torpemente, en desencanto) sino al editor original, Patrice Louinet, y al autor, Robert E. Howard”15.
El clamor de este público desencantado y la poca decencia que pudiesen reunir en la editorial les llevarían a reconsiderar el proyecto para los dos volúmenes restantes, en los que, ahora sí, participó un nuevo traductor que usó como texto fuente la edición preparada por Patrice Louinet.
El desafortunado incidente aquí relatado en relación con este Conan de Cimmeria. Volumen I: 1932-1933, de Timun Mas, no pasaría de ser una mera anécdota historiográfica si no fuese por lo que implica. A la separación habitual entre la obra original de Howard y la recibida por el lector de las traducciones en español hasta entonces, se le sumó la distancia aún mayor provocada por la confusión de ofrecer como definitivos unos textos que seguían siendo burdas manipulaciones.
De esta manera, el material howardiano publicado originalmente entre 1932 y 1933, del que se ocupaba el primer volumen de la edición de Louinet, nos había sido escamoteado aquí perdiendo Timun Mas la oportunidad de enmendar una injusticia histórica al mismo tiempo que los lectores, por su parte, perdían la oportunidad de acceder por primera vez a la traducción fiel de algunos de los mejores relatos del ciclo de Conan (y esto no solo por el uso de las ediciones intervenidas, sino por la propia calidad de la traducción, que en muchos ocasiones simplificó en exceso el arte lingüístico de Howard).
Ha tenido que pasar de nuevo casi una década antes de que los lectores, que ya no dudaban en expresar su malestar ante el maltrato editorial sistemático que ha recibido Robert E. Howard en nuestro país y a los que Martín Lalanda dio voz en su artículo, vieran sus expectativas cumplidas por una edición que pusiese al bárbaro cimerio en el contexto adecuado y según las palabras de su propio creador.
En diciembre de 2012 llegó a las librerías La reina de la Costa Negra y otro relatos de Conan, editado y traducido por el escritor Javier Fernández. El volumen viene a engrosar el catálogo de la colección “Letras Populares” de la Editorial Cátedra (aún breve, pero ya importante, con nuevas presentaciones de autores relevantes en la literatura de género como H. P. Lovecraft, Evgueni Zamiatin o Stanislaw Lem), ofreciendo al público lector en nuestra lengua lo que yo no dudaría en calificar como la selección de los mejores relatos de Conan escritos por Robert E. Howard, usando como texto fuente la edición de Louinet y acompañando una traducción exquisita de una bien documentada introducción, que viene a ofrecer a los lectores la primera y única presentación coherente, fresca y necesaria de un personaje que hasta ahora había permanecido oculto en la maraña editorial.
Para celebrar el aniversario de la publicación de “El fénix en la espada”, relato inicial del ciclo (Weird Tales, diciembre de 1932), los lectores por fin pudimos acceder a una traducción de los textos originales sin manipular, que además respeta la singularidad del tono howardiano, su pretendida naturalidad sintáctica y su exuberante riqueza léxica, adaptándolos a nuestra lengua con gran acierto. Hasta esta edición, era difícil para los lectores de traducciones comprender que una espada en manos del bárbaro cimerio puede refulgir unas veces, resplandecer otras y no necesariamente brillar todas y cada una de las ocasiones en que se la desenvaine. Ahora, por fin, como si despertásemos de una ensoñación producida por el polvo de loto negro, podemos decirlo, no hay mal que ochenta años dure.
La selección de relatos es necesariamente breve, dado el formato de la colección en que se enmarca, pero los cinco seleccionados, leídos según la sucesión que marca su orden de publicación original, ofrecen una imagen completa del personaje y la más coherente y compleja de cuantas se han ofrecido hasta ahora. La unidad autorial, el traductor único, la presentación introductoria del personaje completada con acertadas notas de apoyo sobre ciertos aspectos curiosos y, como rasgo fundamental, el nivel excepcional de una literatura cuyas deudas contraídas por otros editores más descuidados se han pagado aquí con enorme respeto por el conjunto y atención especial al detalle, sin duda han favorecido la conformación de dicha imagen.
Todo esto convierte a este libro en la introducción perfecta a un personaje fundamental de la tradición de fantasía para aquellos que no lo conocían y en toda una experiencia de reflexión y descubrimiento para todos los que creían conocerlo ya.
La introducción dedica espacio suficiente a los temas fundamentales que rodean una obra difícil de afrontar sin una guía rigurosa, sin llegar hasta el punto de abrumar al lector. Los avatares editoriales del personaje, el estatus de Howard en la era de los pulp magazines, los principios que subyacen en su escritura… Se revisan desde nuevos puntos de vista y con moderación temas habituales y polémicos, como las acusaciones de racismo o sexismo, o el suicidio cometido por Howard; se presentan las perspectivas de estudio más recientes (Louinet, Burke), que han servido para desempolvar la efigie abandonada de Howard; se debate con los lectores más relevantes de Conan en nuestro entorno (Barrero, Martín Lalanda), y, en definitiva, se ofrecen los asideros necesarios para que el lector pueda juzgar por sí mismo la relevancia de una obra sin pretender agotar las posibilidades de un personaje virtualmente inagotable.
Es especialmente representativa del cuidado con el que se ha elaborado esta edición la nota en que se explican los criterios, apoyados en mecanismos de nuestra propia lengua, que han regido el complejo proceso de adaptación de los múltiples nombres y gentilicios creados por Robert E. Howard para el ciclo de Conan. Este es uno más de los elementos en que se sostiene esta edición para ofrecer al lector un conjunto fuertemente cohesionado, tal y como el propio Howard lo concibió.
La acertada elección de los cinco relatos es sin duda el elemento central en este proceso. La antología comienza, como no podía ser de otro modo, con “El fénix en la espada”, primero de los relatos de Conan, como ya vimos, para continuar con “La torre del elefante” (marzo de 1933), “La reina de la Costa Negra” (mayo de 1934), “Más allá del Río Negro” (mayo y junio de 1935) y, concluir, de nuevo era necesario, con la última de las historias del ciclo escrito por Howard, “Clavos Rojos” (julio, agosto-septiembre y octubre de 1936).
El lector avisado de Conan es muy probable que atesore las historias seleccionadas entre sus preferidas y posiblemente su propia selección coincidirá casi por completo con la del editor. Digo casi, ya que lo único achacable a esta colección es que no sea más amplia y esto solo después de admitir que de las veintiuna historias que Howard escribió estas son las verdaderamente esenciales, aunque quien se vea inmerso en esta literatura siempre querrá más.
Esta antología reúne aquellas historias que presentan las distintas facetas de Conan en que su creador quiso que se desarrollase el personaje: “un ladrón, un saqueador, un asesino, de gigantescas melancolías y júbilo gigantesco”16. Esta edición esencial y única reúne apenas en cinco historias de resonancias perdurables las mil caras de un héroe memorable.
1 L. Sprague de Camp, “Introducción”, en Robert E. Howard, Conan, trad. de Beatriz Oberländer, Martínez Roca, Barcelona, 1995, pág. 10.
2 Ancalagog, abril de 1961.
3 Amra, julio de 1961.
4 L. Sprague de Camp, ibídem, pág. 10.
5 Citado por L. Sprague de Camp, ibídem, pág. 10, desde E. Hoffman Price, “A Memory of R. E. Howard”, en Robert E. Howard, Skull-Face and Others, Arkham House, Sauk City, 1946.
6 L. Sprague de Camp, ibídem, pág. 10.
7 Javier Martín Lalanda, La canción de las espadas, Tiempo de ediciones, Madrid, 1983, pág. 6.
8 Sería muy revelador, sin duda, estudiar en profundidad las diferencias entre la fantasía propuesta por los Inkling británicos (J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis, principalmente), firmemente arraigada en las creencias católicas de sus autores, con lo que esto supone en el contexto inglés, y los autores clásicos de la Weird Fiction (sobre todo H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith y Robert E. Howard), generalmente, mucho más problemáticos y ambiguos desde un punto de vista ideológico y declaradamente materialistas en cuestiones espirituales. Queda aquí simplemente apuntado por ser un tema que excede el interés de este artículo y me permito concluir esta extensa nota refiriendo la buena opinión que Tolkien, por lo general muy reticente ante la literatura fantástica en general, guardaba de la obra de Robert E. Howard.
9 Este proceso comenzó con L. Sprague de Camp y ha perdurado hasta ahora, extendiéndose gracias a las múltiples adaptaciones en diversos medios, ocultando al autor tras el personaje y al personaje tras los consumidores.
10 Esta serie de novelas baratas debe buena parte de su éxito a las llamativas portadas realizadas por Frank Frazetta para la mayoría de los volúmenes. Por otra parte, la asociación con la primera adaptación gráfica del personaje, a cargo de Roy Thomas y Barry Windsor Smith, para Marvel Comics (1970), seguramente también fue un gran apoyo.
11 Algo aplicable a toda la literatura de género, desde luego.
12 Editorial británica que ya había publicado con anterioridad una edición de lujo recopilando el ciclo de Solomon Kane. La edición en tapa dura del ciclo de Conan a la que me refiero, que cuenta con ilustraciones tanto en blanco y negro como a todo color, tiene su equivalente en tapa blanda e interior en blanco y negro en la edición facsímil de la editorial americana Del Rey, publicada también entre 2002 y 2005.
13 En varios casos, se nos advierte en estos volúmenes de que la reconstrucción del relato editado se ha hecho contrastando las copias mecanoescritas de Howard con los originales de Weird Tales en que aparecieron por primera vez, revelándose así que, como parecía natural, incluso estos relatos publicados en vida de Howard sufrieron modificaciones editoriales ajenas a la voluntad del autor. La inclusión de diferentes versiones o borradores no enviados añade profundidad a la aproximación meramente historiográfica, que en el caso de Conan, como pretendo apuntar en este artículo, es un trabajo delirante.
14 Javier Martín Lalanda, “Crónica de un desencanto”, en Gigamesh, núm. 39, Barcelona, 2005, pág. 139.
15 Ibídem, pág. 143.
16 Robert E. Howard, “El fénix en la espada”, La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan, ed. y trad. de Javier Fernández, Cátedra (Letras Populares), Madrid, 2012, pág. 68.